miércoles, 7 de octubre de 2015

Rojo y negro, de Stendhal

Entre tanta novedad, y aprovechando el verano, decidí volver a los clásicos, a esos libros eternos que se quedan pendientes porque parece que siempre habrá tiempo de leerlos. Stendhal era una de mis grandes lagunas, y entre El Rojo y el Negro y La Cartuja de Parma, me decidí por el primero, en parte por unos elogios apasionadísimos que le había leído al crítico de cine Carlos Boyero, nada dado a las alabanzas. Decía que era un libro "maravilloso", al que siempre volvía. Y lo definía así: "Es la historia de un trepa enamorado al que las cosas le salen mal".


Julian Sorel es el protagonista del libro y la descripción le viene como anillo al dedo. Sorel es hijo de un carpintero en una pequeña localidad francesa pero él busca algo más. Está dominado por la ambición, por el deseo de llegar a ser alguien. Su sueño hubiera sido ser militar en los tiempos del imperio napoleónico (adora a Napoleón, aunque prudentemente lo calla). La época, sin embargo, le empuja a otra vía más rápida: el clero y los libros. Su extraordinaria memoria, sus horas de estudio y una pizca de suerte le llevan a que, poco a poco, vaya entrando en esa sociedad que en principio le tenía cerradas las puertas.

El personaje de Sorel, protagonista absoluto del libro, es también lo mejor que tiene. Stendhal lo retrata entre la burla y el cariño: todos sus pasos están guiados por su objetivo, y juzga a cada personaje de la historia en función de los beneficios que obtendrá de él. Otros sentimientos que puedan ir surgiendo -la amistad, que asoma alguna vez y, sobre todo, el amor- quedarán siempre detrás de las ansias de prosperar de Sorel, que se ve rodeado de rivales, que se obliga todo el tiempo a disimular y a mentir, y que en el fondo desprecia a esa sociedad de la que, sin embargo, desea formar parte. Stendhal nos cuenta cada paso que da y sus pocos escrúpulos, pero también sus momentos de duda, sus reproches a sí mismo cuando deja ver sus emociones, los errores que comete y que le atormentan... Su vida es un continuo ascenso sorteando obstáculos, reales o imaginarios, y eso le hace sufrir continuamente. Se siente juzgado, se castiga por sus fallos... Confiesa alguna vez que sólo se siente feliz y tranquilo cuando está solo; cuando se aleja de ese mundo en el que tiene que fingir todo el tiempo, que ambiciona pero desdeña.

Además de su inteligencia y su alma de estratega, que nunca le abandona, Sorel se hace valer de su presencia: es un joven apuesto, atractivo en cuanto logra hacerse con trajes que hacen olvidar su humilde pasado. Y se vale también de ello para avanzar: conquistará a varias mujeres de alta cuna, que en según qué momento también serán trofeos, triunfos en la batalla que él, como militar frustrado, supone que es la vida. Las páginas de sus amores son, quizás, las más bellas, con Stendhal retratando los sentimientos de ellas, el juego de la conquista y las dudas que siguen después.


Ilustración de una edición parisina de 1884

Al argumento y al personaje, uno de los más potentes de la historia de la literatura, se suma la complejísima sociedad en la que Stendhal enmarca el relato: la agitada Francia post Napoleón, llena de intrigas, que teme nuevos movimientos revolucionarios y en la que cada cual trata de ganarse un nombre enterrando su pasado y arrimándose a los partidos de moda. Tras cada burla que camufla en el texto se esconde también la ideología del autor, arrinconado tras la caída de Napoleón.

Ver a Sorel triunfar, perder y sufrir con cada traspiés, contado con la meticulosidad de Stendhal, es un placer inmenso. Si no le tenéis miedo a las novelas del XIX, atreveos a conocerlo.

Ratita presumida

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