lunes, 2 de abril de 2012

Cuentos, de Clarín

Aunque es conocido sobre todo por La Regenta, Clarín fue también autor de cuentos y novelitas cortas, muchas de las cuales fueron publicadas por entregas en periódicos y revistas: era el boom en España del realismo y de su género estrella, la novela. Él se hizo famoso en su tiempo por la crítica literaria, otra actividad de moda, pero terminó convirtiéndose en uno de los grandes nombres de la literatura española por la vida que supo darle a sus personajes y por su capacidad de observación y crítica, más o menos velada, de la sociedad: la burguesía y los pobres más miserables, la vida en el campo y en la capital de provincia, los soldados y los caciques, los sacerdotes y los funcionarios…



En sus cuentos, Clarín nos hace palpar el día a día de la España de finales del XIX. Y lo logra no sólo por su capacidad de dar alma a personajes que no suscitarían una sola mirada, sino por su capacidad de contar: era el tiempo de la narrativa, de las grandes novelas, y Clarín fue, y es, uno de los mejores por su capacidad de crear historias donde otros no verían nada. Leopoldo Alas fue un prosista extraordinario, pero lo fue, sobre todo, por cómo supo utilizar esa prosa al servicio de una trama, por poner lo que nos quería contar antes de todo lo demás, por diluirse como autor detrás del protagonista de cada cuento.

Clarín escribió muchos, y, aunque sus argumentos son muy diferentes, casi todos suelen tener en común que el protagonista es un perdedor o, como poco, alguien “normal” en el más amplio sentido de la palabra. Son personajes arrinconados por la sociedad o que se ven arrastrados por ella, olvidados, de los que nadie hablaría de no ser por la pluma del autor. En sus vidas no hay, aparentemente, nada extraordinario. Y podríamos imaginarnos mil situaciones y personajes similares, en cada ciudad, en cada aldea, aun hoy. Clarín consigue, por tanto, el objetivo máximo de los escritores de su época: que el lector se reconozca en las situaciones, que las vea próximas, posibles, vivas. Pero logra otro, que es el que al final ha hecho que sus cuentos sigan editándose hoy: que cada personaje, aun tan extremadamente anodino al principio, nos termine pareciendo diferente y único al final; que sus vidas, tan mediocres, nos parezcan dignas de ser leídas y también un poco nuestras.

¡Adiós, Cordera! tiene estatua en Oviedo

Es el mérito de un escritor que sabe, además de contar, observar, y es capaz de encontrar lo extraordinario en situaciones que en apariencia no lo son. Casi todos sus cuentos son ejemplo de ello, pero para comprobarlo bastaría uno de los más conocidos, ¡Adiós, Cordera! Los protagonistas son dos niños cuya única misión, día tras día, es cuidar de una vaca. Clarín consigue, sólo con las páginas del principio, que terminemos envidiando la infancia de esos niños y añoremos, viéndoles jugar en el campo, la nuestra. El autor, como nosotros, no tenía apenas nada que ver con los protagonistas. Pero logra crear entre sus personajes y el lector, inmensamente alejado del mundo reducido al prado de los dos  hermanos, una comprensión total. Y para hacerlo no necesita largas descripciones, ni palabras raras, ni complicaciones… sino ver la historia, y saber contarla.

Ratita presumida

No hay comentarios:

Publicar un comentario